crónicas y artículos escritos por un zurdo para un mundo de diestros

Wednesday, December 27, 2006

MEMORIAS DE UN FAN


Pocos intelectuales, como Noam Chomsky, tienen la suerte (o la desgracia) de que sus conferencias, sobre temas tan serios como la política externa norteamericana y tan complejos como la Gramática Generativa, parezcan un concierto de los Rolling Stones con un lleno total y groupies con posgrado agrupados detrás de bastidores como si fueran quinceañeras. De acuerdo con Bono, vocalista de U2, Chomsky es un “rebelde sin pausa”, detestado por George Bush, amado por Hugo Chávez y asesinado por The New York Times. ¿Quién se esconde detrás de este icono disidente? Nunca lo sabré, solo puedo atestiguar cómo lo conocí y cómo le terminé alquilando mi voz durante tres horas.

Salón de cachimbos
La primera vez que supe de él fue en la clase de Lengua I en la universidad allá por 1998. Tenía diecisiete años recién cumplidos y todavía no me afeitaba. Época del Fenómeno El Niño, la clase era en plena digestión después de almuerzo, así que imagínense los bostezos que pegué cuando el profesor comenzó a parafrasearlo a partir de una separata mal traducida. No recuerdo con exactitud la cara del profesor, lo único que se me viene a la mente es que al final de la clase, me citó inmediatamente a su oficina porque estaba preocupado por mi actitud disidente. La razón: había citado al Chavo del Ocho en un trabajo académico acerca de Noam Chomsky. Ese gesto le pareció una broma de mal gusto, algo que los serios intelectuales del mundo —con excepción de Slavoj Zizek— nunca por lo más sagrado deben hacer. Todavía escucho la voz del profesor requintando en mis oídos: “Es una insolencia”. Mientras se recostaba en su sillón, y corregía con un plumón rojo las impertinencias que yo había escrito comparando la habilidad innata del Chavo del Ocho para utilizar el lenguaje con la teoría de la Gramática Universal. Me despachó sutilmente haciéndome recordar que debía hacer de nuevo el trabajo, releer a Chomsky “pues no había entendido nada” y esperar que pasara el curso al menos con un heroico y mediocre once.

La forma cómo este profesor pronunció la palabra “Chomsky” me sonó a susurro de una oscura lisura eslava. Chomsky. Como si fuera dicha entrelíneas, con la boca tapada y los dedos cruzados. Durante toda la noche en vela, que me la pasé sentado frente a la computadora, repetí la palabra hasta que se me quedara grabada en la memoria: Chomsky. Chomsky. Chomsky, como una revancha personal contra el profesor, mi propia venganza de los nerds.

Así, al final de la noche, supe que el pensamiento es un miembro biológico, que pensamos en arbolitos y desmenuzamos las frases en palabras cuando hablamos. Al final, concluí con mis escasos diecisiete años, entre jarras de cerveza helada y un cenicero que parecía el Titanic, que los seres humanos son simios con un microchip orgánico que los hace hablar y razonar. Me saqué un honorable quince, no me dio resaca, perdí de vista a la deliciosa chica que se sentaba a dos carpetas de distancia, y poco a poco me olvidé que el Chavo del Ocho no sirve como objeto de estudio para ensayos de profesores infames.

Uncle Noam for 20 bucks
El 20 de marzo de 2004 en el downtown neoyorquino, un día después de que Bush II declarara la guerra a Irak, protestaba en la Marcha por la Paz —un poco como turista comprometido o mirón empedernido— junto a veteranos de Vietnam, amas de casa, una hosca Yoko Ono rodeada de guardaespaldas, un hippie ciego tocando la pandereta, palestinos expatriados, bandas de punkekes gays y una linda chica llevando un enorme cartel diciendo: “Cambio Marilyn Monroe por dictador vaquero”. En medio de la bulla y el tropel con aires de primer mundo, escuché el susurro de un venerable anciano clamando: Chomsky. Chomsky. Levanté la vista, perseguí la voz a través de panfletos y carteles multicolores, tropecé con un mimo disfrazado de Rumsfeld y por poco me atropella un adolescente anarquista en silla de ruedas.

El anciano me sonrío y me ofreció un libro de tapa dura, fondo blanco, y letras rojas con azules: NOAM CHOMSKY HEGEMONY OR SURVIVAL. Me lo entregó como si fueran las Sagradas Escrituras. Tenía un costal de ellos en la espalda. Abrí la contratapa y vi la foto del autor. Hice memoria y me acordé de mis perezosas clases en la universidad, donde fotocopiaba los manoseados libros con telarañas de la biblioteca, allí salían fotos de un Chomsky mucho más joven y lozano —una amiga dijo que en ese entonces tenía el sex appeal de Woody Allen en Bananas—. Costaba veinte dólares, no lo pensé mucho y saqué parte del billete que había ahorrado como lavaplatos durante el invierno. El anciano me guiñó el ojo y luego, mientras me retiraba hojeando las páginas de mi nueva adquisición, me dijo: “You should always stick for the underdog”. Después supe que esa frase la dijo Chomsky luego de narrar aquel día de su infancia, cuando tenía apenas seis años y estaba en primer grado de primaria. Según él, ese día se avergonzó por no haber defendido a un niño pequeño e indefenso de su mismo grado que fue golpeado por una turba de mocosos agrandados de tercero de primaria. “Lo defendí por un rato pero luego me acobardé y me fui” dice Chomsky: “En ese momento supe que no volvería hacerlo jamás”
[1].

El perro Chimsky
Detesto los silencios incómodos, sobre todo cuando estás en el ascensor con desconocidos o te encuentras con la ex y su mascota chihuahua en medio de la calle. Así, cuando encontré a la ex, nos saludamos diplomáticamente y luego sobrevino el silencio. El chihuahua olisqueaba mis zapatillas con goce. Traté de ser buena onda y lo acaricié, pero el perro enano rompió el silencio con ladridos. Felizmente que lo hizo, pues yo y la ex ya no sabíamos dónde esconder la cara en este agónico encuentro fortuito. Lo primero que se me ocurrió para aligerar la tensión fue preguntar cómo se llamaba “esa linda criatura” que me ladraba con tanto amor.
_ Se llama Chimsky_ acotó la ex.
_ ¿Chomsky?
_ ¿Quién es Chomsky?_. Me respondió la pregunta con otra pregunta. Otro silencio incómodo surgió en el aire mientras pensaba que el único libro que yo la había visto leer durante toda la relación habían sido las páginas amarillas.
_ ¿Por qué le pusiste a tu perro Chimsky?
Me contó que era en honor a un chimpancé, llamado Nim Chimpsky
[2], que se hizo famoso en los sesenta, en Estados Unidos, por ser el primer animal en saber un lenguaje con signos.
_ Entonces dile a tu perro que me deje de ladrar_. La ex no entendió mi chiste estúpido. En ese momento supe que nuestra relación estuvo siempre destinada al más estrepitoso fracaso. Miré mi reloj y dije que estaba apurado pues tenía que ir al dentista —lo cual no era cierto—. Le di un seco beso en el cachete, que más pareció un puñete, y me alejé pensando en qué pasaría si el chihuahua Chimsky, en efecto, pudiera hablar. Si fuera así, ¿qué le ladraría en el oído a mi ex antes de dormir?

Chomsky boot camp
Cuando me enteré de que yo iba a ser el intérprete simultáneo de Noam Chomsky, tanto de la conferencia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos como de la única entrevista que iba a conceder a un medio escrito, solo atiné a recordar lo que había sucedido hace apenas unas semanas. El 20 de setiembre, Chávez citó a Chomsky ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, cogiendo el mismo ejemplar de tapa dura que yo compré aquella vez en Nueva York, mientras gesticulaba con su labia caribeña: “Soy un lector asiduo de Noam Chomsky, así como de un profesor norteamericano —John Kenneth Galbraith— que murió hace un tiempo”. El intérprete simultáneo de la ONU repitió y omitió: “Soy un lector asiduo de Noam Chomsky que murió hace un tiempo”. En los días siguientes, la noticia se convirtió en la comidilla de los diarios del mundo, The New York Times sacó un provocativo artículo con guiños a Harper Lee: “¿Quién mató a Noam Chomsky?
[3]”. La oposición venezolana se regocijó con la noticia que revelaba a su odiado presidente como un iletrado con “lagunas culturales”[4]. Periodistas chavistas declararon que esa mentira era un complot perpetrado por la maquinaria propagandística del imperialismo yanqui contra la revolución bolivariana. No sé si fue complot o no, pero lo cierto es que el intérprete de la ONU, a causa de su tremenda metida de pata, había provocado un asunto de Estado donde Noam Chomsky cual profeta había sido asesinado y resucitado en menos de 48 horas.

No quería que me pasara lo mismo que le pasó al susodicho: ¿Qué será de la vida del intérprete? ¿En qué isla desierta estará exiliado? Por eso es que decidí instaurar un campamento chomskeano en las cuatro paredes de mi casa, ya que la vida del intelectual vivo más importante del mundo, según The New York Times, dependía de mi boca. Durante dos semanas seguí una férrea disciplina: desconecté el teléfono, apagué el celular y la terma, boicotee los delivery de fast food, dejé de beber Coca Cola, corté el cable del Internet, llené la refrigeradora de víveres y boté, con la convicción de un monje tibetano, el televisor al tacho de basura. Tenía que liberarme de toda interferencia alienante que ablandara mi conciencia y me lavara el cerebro por medio de sitcoms como Friends o con comerciales de lencería, pues de acuerdo con Chomsky, la caja boba es para las democracias lo que una cachiporra es para los Estados totalitarios, pues la única finalidad de la caja boba es mantener al pueblo bobo. Para complementar la disciplina, me levantaba en el alba con una ducha de agua fría, hacía lagartijas y planchas antes de comenzar el régimen de lecturas chomskeanas hasta que cayera la noche mientras repetía incesantemente el lema orwelleano: “War is peace, freedom is slavery, ignorance is strength”.


Cuando llegó el Día Chomsky (lo que para los aliados sería el Día D), me bañé, me tomé dos americanos cargados, me afeité, me cambié y fui a darle el encuentro a mi amiga periodista que lo esperaba en el lobby del hotel. En el taxi pensaba que interpretar a Chomsky iba a ser lo más cercano para mí a hacer el Ché. No es que me considere reaccionario, sino que privarme dos semanas de no ver Seinfeld o embrutecerme un domingo con películas banales para olvidar las miserias de la condición humana me parecen que son aspectos vitales en mi vida, dado que la vida es demasiado seria para ser tomada siempre en serio.

El taxi se estacionó en la puerta del hotel, pagué y entré. Chomsky todavía no bajaba de su habitación. Dudé que el icono disidente se quedara en una suite presidencial, la misma que usó Bush II cuando estuvo en Lima. Toqué madera, mientras Mario Montalbetti nos contaba los pormenores de la visita, y una que otra anécdota cuando “el maestro” era su asesor de tesis de posgrado allá por la década en que Madonna era virgen. Chomsky apareció en escena, me estrechó la mano y me pareció más un abuelo tímido que la “mente siniestra”
[5] de la izquierda radical norteamericana. Debo admitir que me enternecí escuchando su voz tenue y suave, mientras hablaba de Venezuela, Bolivia, de Hillary Clinton y las elites intelectuales latinoamericanas, me hizo acordar cuando mi abuelo me contaba un cuento de hadas antes de dormir. Comentó que la palabra hebrea y bíblica “profeta” es una mala traducción de “intelectual disidente”, mientras que los considerados ahora “falsos” profetas eran los intelectuales que estaban con el poder, los cortesanos del rey. Miró su reloj y dijo que tenía que dictar una conferencia. Me le acerqué y le avisé que yo iba a ser su intérprete en San Marcos. Él sonrío y me contestó que no hablaba rápido, quería tener un audífono para escucharme en caso de que yo no le siguiera el ritmo y él tuviera que hablar más pausado. Sacó el texto de lo que iba a hablar y advirtió qué partes iban y qué partes no. Dijo que ya tenía que irse, sonrío, “y tú también”.


Al final, tanto régimen no me sirvió de mucho, Chomsky a pesar de poseer un aire distante, tuvo un trato cortés y tolerante. La conferencia no tuvo ningún sobresalto, habló despacio y se le notaba incisivo. Sin embargo, estaba cansado, viejo sabueso de conferencias que parecen recitales de rock. Cuando terminó la conferencia, la gente se subió al estrado con la intención de tocarlo, acosarlo o simplemente curiosear. Montalbetti lo escoltó hasta la puerta de salida, había un carro prendido esperándolo para tomar el primer avión a Boston. Chomsky partió en la medianoche del miércoles 25 de octubre y yo nunca le pregunté si le gustaba el Chavo del Ocho.

[1] En: http://www.youtube.com/watch?v=1GrMwEfpYpY
[2] Mi ex desconocía el hecho de que Nim Chimpsky fue puesto en honor al lingüista Noam Chomsky.
[3] Marc Santora. “Who killed Noam Chomsky?” En: The New York Times, 22 de setiembre de 2006.
[4] En: El Nacional,Venezuela, 25 de setiembre 2006.
[5] David Horowitz. “The sick mind of Noam Chomsky”. En: http://www.frontpagemag.com/Articles/ReadArticle.asp?ID=1020

2 Comments:

Blogger F said...

Está paja tu texto, chinochan

6:48 PM

 
Blogger M. said...

que rico cha cha cha!

8:34 AM

 

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